La mesa de la cocina ya tiene puesto el mantel, con los platos, el pan y el vino, el padre quita la piel a una patata de las que está asando, el mozo, después de guardar el obsequio en la alacena, coge una de entre las brasas, le sacude un poco las pavesas y se calienta las manos con ella, entre tanto, la madre, ya un poco aseada, acerca el puchero con el cocido, él pone las cucharas, guarda el pan en la bolsa y enciende el televisor. Es mediodía. Ya ha sesteado en el sofá, cuando los señores parten para la capital, quitando el vaho con la mano, mira por la ventana, el pequeñín, con la nariz pegada al cristal de la ventanilla del coche le saluda, tímidamente, con la mano; se le dibuja una media sonrisa, que deshace rápidamente, al ver a su madre en el zaguán, sale, le coge el cubo con los restos de comida, lo cuelga de un gancho del porche y la mete en casa. Ya atiendo yo las gallinas, siéntese usted. Su padre también se ha quedado dormido, con el sonsonete de la televisión, al calor del hogar. Al volver, se sirve un buen tazón con calostros, y se sienta a ver las noticias, sigue el temporal. Cuando retoma los quehaceres, el hombre y la mujer están metiendo unos avios en la furgoneta, y tienen todo casi a punto para la marcha. Ya han llegado los señores, le comenta la mujer, nosotros saldremos enseguida, al pasar veo a tú madre, la pobre ¡que paséis buena noche!, y le despide con un beso. La mula, bambolea el carro con prisas, de vuelta al establo; se queda pensativa junto el pesebre, dando con desgana con la pata, para apartar a la ternera que quiere buscar su ubre.
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