En esa querencia por el andar escudriñando los
montes y arroyos del municipio de mí (nuestro) pueblo,
practicando el senderismo, hoy pueblo de todos, Granadilla; miles de
sensaciones e historias entre recuerdos fantaseados vienen a la memoria, entre ellos: Allá a
mediados del mes de Octubre del Año de Dios de 1959, niño yo, el jugar
rodando sobre la hierba de una pradera mientras el criado, algún familiar
cercano que por aquel entonces seguro que trabajaba por la comida y poco más
¡…y dando gracias!, rapaz él, cuidaba del rebaño de ovejas del abuelo, me
hablaba de cigüeñas que traían los niños, y es que ya siendo mayor acalugué (caer
en la cuenta) que estaba de parto mi madre, acá cerca buscaba entre las hierbas de la charca la
zancuda algo que llevarse al largo y rojo pico, una rana o la culebrilla
que yo había visto y que, convencido, sabía que se formaban de los pelos
de la crin o cola de los caballos a las cuatro semanas de caer en el
agua, en ello que encontré una de sus plumas, el “raban”, que así le decían, me
habló que con ella se escribía sacándole punta y untándola con tinta, yo ya iba a la
escuela y eso lo había visto en los libros, tal vez en la representación de
Cervantes escribiendo el Quijote, no faltaba tampoco el recuerdo del tintero en
el agujero del pupitre y alguna que otra pluma rachada sobre la gavia hecha
para su alojamiento, pero mi ilusión era tener una larga pluma blanca y negra
con la que escribir, me dijo que ya encontraríamos otra y que con esa me haría un
tubo para beber de los charcos, la limpió y cortó las dos puntas, e
ilusionado con esas primeras experiencias succioné y absorbí el agua; se nos
hizo tarde, no sé si alguien de la familia vino a recogerme o como aparecí en casa, lo que sí sé es que
la cigüeña, aquella que había visto en el prado y ahora estaba con las demás en la
torre, había traído un niño, mi hermanito. Volviendo a la ruta. Desde los
montes que bien se divisa la iglesia, veo que en la torre del campanario no hay cigüeñas ni nido en el armazón
que en lo alto espera. ¡Granadilla, añoranza de las almas, emigró
la nacencia!
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