Vistas de página en total

viernes, 22 de junio de 2012

Historias de por ahí: Pizarreño


Pizarreño.

La humilde casa con pequeño huerto y cuatro palmos de tierras aledañas en la vaguada pizarrosa de un arroyo fue su santuario. Los conceptos del bien y del mal lo simplificó a su ética de la supervivencia,  juntó una pequeña fortuna recién acabada la guerra civil  pidiendo de puerta en puerta y saqueando lo que estaba a su alcance, guardó los botines en escondrijos que sólo él supo. Dedicado en la posguerra al estraperlo conocía todos los recovecos de la serranía, lo días de niebla espesa o las noches oscuras y cerradas no tuvieron secretos para él. A su mujer no dijo más que lo justo y necesario, ella evitando responsabilidad alguna no quiso saberlo. Perseguido por la justicia, se defendía con uñas y dientes agudizando todo su ingenio, en cierta ocasión tuvo que esconderse debajo del colchón y acostar a los niños encima fingiendo estar enfermos para que la benemérita no diera con él, tras esa aventura, desapareció con su familia y no volvió; cabe la duda de si dejó algo escondido.
En la paupérrima zona, el pasado fin de semana, junto al tronco de un mísero lentisco que apenas pervive al abrigo de un peñasco, en la hondonada del arroyo cercano a la derruida casuca, una obsesa buscadora oyó la débil señal de su detector de metales, el fervor de la sangre le hizo latir con fuerzas el corazón, según se disculpó; la lancha de pizarra grande y pesada parecía estar caída de forma natural formando una oquedad sin  tocar el suelo, no quiso la emoción o tal vez la avaricia pedir ayuda,  a duras penas logró desplazarla lo justo para remover la tierra; no fue muy fuerte el cierre porque la ballesta había perdido bastante temple pero sí lo suficiente para disparar el resorte y los oxidados dientes del cepo clavársele en ambas muñecas, allí quedó presa hasta que oyeron los gemidos quienes la buscaban, costó desplazar del todo la lancha y abrir el cepo, y con urgencia trasladarla al hospital, a punto estuvo de perder ambas manos.
Sin que nadie sepa de mis lazos familiares, simplemente soy “el portugués” compañero de furtivos, he venido a vivir y ganarme la vida hace un tiempo a estas tierras, donde perdura la fama de Pizarreño; tengo del abuelo, no su apellido ni su físico, sí, su personalidad y un regalo que conservo desde pequeño, un cinturón de cuero no muy vistoso labrado con caracteres y dibujos de lugares en su parte interior; me enseñó todo lo que hay que saber para defenderme en la vida, es mi referente, siempre deambulé y estuve con él, la última vez  el pasado fin de semana, donde momificado en posición fetal dentro de un antiguo pellejo de cuero de los que se usaban para transportar el aceite, en otro de sus escondrijos reposa, de lapida una lancha ahuecada y como símbolo,  la técnica que siempre utilizó para guardar lo suyo, un cepo dentado camuflado sobre la tapadera de su nueva tumba.

jmgd


No hay comentarios:

Publicar un comentario