Pizarreño.
La humilde casa con pequeño
huerto y cuatro palmos de tierras aledañas en la vaguada pizarrosa de un arroyo
fue su santuario. Los conceptos del bien y del mal lo simplificó a su ética de
la supervivencia, juntó una pequeña fortuna
recién acabada la guerra civil pidiendo
de puerta en puerta y saqueando lo que estaba a su alcance, guardó los botines en
escondrijos que sólo él supo. Dedicado en la posguerra al estraperlo conocía
todos los recovecos de la serranía, lo días de niebla espesa o las noches
oscuras y cerradas no tuvieron secretos para él. A su mujer no dijo más que lo
justo y necesario, ella evitando responsabilidad alguna no quiso saberlo. Perseguido
por la justicia, se defendía con uñas y dientes agudizando todo su ingenio, en
cierta ocasión tuvo que esconderse debajo del colchón y acostar a los niños
encima fingiendo estar enfermos para que la benemérita no diera con él, tras
esa aventura, desapareció con su familia y no volvió; cabe la duda de si dejó
algo escondido.
En la paupérrima zona, el pasado
fin de semana, junto al tronco de un mísero lentisco que apenas pervive al
abrigo de un peñasco, en la hondonada del arroyo cercano a la derruida casuca,
una obsesa buscadora oyó la débil señal de su detector de metales, el fervor de
la sangre le hizo latir con fuerzas el corazón, según se disculpó; la lancha de
pizarra grande y pesada parecía estar caída de forma natural formando una
oquedad sin tocar el suelo, no quiso la
emoción o tal vez la avaricia pedir ayuda, a duras penas logró desplazarla lo justo para
remover la tierra; no fue muy fuerte el cierre porque la ballesta había perdido
bastante temple pero sí lo suficiente para disparar el resorte y los oxidados dientes
del cepo clavársele en ambas muñecas, allí quedó presa hasta que oyeron los
gemidos quienes la buscaban, costó desplazar del todo la lancha y abrir el cepo,
y con urgencia trasladarla al hospital, a punto estuvo de perder ambas manos.
Sin que nadie sepa de mis lazos
familiares, simplemente soy “el portugués” compañero de furtivos, he venido a
vivir y ganarme la vida hace un tiempo a estas tierras, donde perdura la fama
de Pizarreño; tengo del abuelo, no su apellido ni su físico, sí, su
personalidad y un regalo que conservo desde pequeño, un cinturón de cuero no
muy vistoso labrado con caracteres y dibujos de lugares en su parte interior;
me enseñó todo lo que hay que saber para defenderme en la vida, es mi
referente, siempre deambulé y estuve con él, la última vez el pasado fin de semana, donde momificado en
posición fetal dentro de un antiguo pellejo de cuero de los que se usaban para
transportar el aceite, en otro de sus escondrijos reposa, de lapida una lancha
ahuecada y como símbolo, la técnica que
siempre utilizó para guardar lo suyo, un cepo dentado camuflado sobre la
tapadera de su nueva tumba.
jmgd
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