De niño chapoteaba en
los charcos después de la lluvia. Volvía a casa mojado y lleno de barro, y,
siempre, probaba la plantilla de la alpargata derecha que calzaba mi madre en
mis nalgas, ¡con qué facilidad se la quitaba! Pero no era culpa mía, yo no
tenía el poder de hacer llover.
Ayer, porque
antesdeayer vine a ver a mis nietos, trabaja mi hijo en la ciudad, ayer tarde
en el parque infantil, redil de entretenimiento, corralito de juegos, lleno de
niños y cuidadores. Los niños (-son muy traviesos, comenta alguien), muy
educados ellos, autómatas programados, deslizándose resbalan por el tobogán,
suben al caballito de madera sobre muelle y lo balancean de atrás adelante, de
adelante atrás, se columpian; juegan; sentado dentro del trenecito, un niño
mata el tiempo, estático, quieto, con la mirada fija a ninguna parte, como
ahora paso las horas muertas yo ¿A dónde
irá, encorsetado dentro del vagón en su, presumo, simulado viaje?
Y agarrados de la mano, unas veces, otras
cogido en brazos volvimos ayer al oscurecer a nuestro habitáculo del colmenar.
Hoy volvemos a la rutina en el artificial acotamiento ¡Si no llueve! Aunque mi
nuera no calza alpargatas.
¡Pobres, educados,
niños traviesos de ciudad!
jmgd
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