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sábado, 23 de agosto de 2014

Aprendiz de hombre.- La carga de leña.


Yo he oído decir a la noche: Se ha muerto de pena.

Era invierno, hacía frío, en la lumbre se consumía un incandescente tronco de encina, la anciana se movía de un lado a otro, junto al fuego glogloteaba un puchero ahumado, medio negro, que levantaba perezosamente la tapadera y soplaba unas espumosas burbujas de cuando en cuando. Me gustaba avivar la lumbre, observar las lenguas de las llamas y sobre todo dibujar figuras en el aire con estelas de la punta de una varita encendida.
—No la atices más, me regañaba, no ves que se gasta y el invierno es muy largo­­.
—Cuando sea grande, aparejo el mulo, voy a la dehesa y yo le traigo a usted una carga de leña.
—Uy, pues no te queda! Anda, deja de enredar con la lumbre que te vas a mear en la cama.

Rebota el eco como un trueno seco de calle a calle, de portal a portal —¡Fuera, esta ya no es vuestra casa! El agua recorre las callejas, rebosa por los portillos y ahoga las vegas, los lagares, los cortijos, los cortinales, los cercados. Retumba por los campos  el imperativo  —¡Idos de aquí, esta ya no es vuestra tierra!
La sumió la noche oscura. Se quedó como una pavesa, se consumió como la lumbre en la larga  noche del frío invierno, y en la amargura del destierro la pobre mujer murió de pena.

—Cuando yo sea grande,…no pudo ser.-
“Pues no te queda!, ¿y el aparejo?, ¿y el saberla atar?, que unas veces se ladea para la izquierda, otras se ladea para la derecha, hay que estar muy ducho para ensogar la carga y que no se venza ¡ No sabes tú la guerra que da, si no se ciñe bien segura, la carga de leña”.

jmgd




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