Yo he oído decir a la
noche: Se ha muerto de pena.
Era invierno, hacía
frío, en la lumbre se consumía un incandescente tronco de encina, la anciana se
movía de un lado a otro, junto al fuego glogloteaba un puchero ahumado, medio
negro, que levantaba perezosamente la tapadera y soplaba unas espumosas burbujas
de cuando en cuando. Me gustaba avivar la lumbre, observar las lenguas de las
llamas y sobre todo dibujar figuras en el aire con estelas de la punta de una
varita encendida.
—No la atices más, me
regañaba, no ves que se gasta y el invierno es muy largo.
—Cuando sea grande,
aparejo el mulo, voy a la dehesa y yo le traigo a usted una carga de leña.
—Uy, pues no te queda!
Anda, deja de enredar con la lumbre que te vas a mear en la cama.
Rebota el eco como un
trueno seco de calle a calle, de portal a portal —¡Fuera, esta ya no es vuestra
casa! El agua recorre las callejas, rebosa por los portillos y ahoga las vegas,
los lagares, los cortijos, los cortinales, los cercados. Retumba por los
campos el imperativo —¡Idos de aquí, esta ya no es vuestra tierra!
La sumió la noche oscura.
Se quedó como una pavesa, se consumió como la lumbre en la larga noche del frío invierno, y en la amargura del
destierro la pobre mujer murió de pena.
—Cuando yo sea grande,…no
pudo ser.-
“Pues no te queda!, ¿y
el aparejo?, ¿y el saberla atar?, que unas veces se ladea para la izquierda, otras se ladea para la derecha, hay que estar muy ducho para ensogar la carga y que
no se venza ¡ No sabes tú la guerra que da, si no se ciñe bien segura, la carga
de leña”.
jmgd
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