Ulula el viento, el postigo de una ventana golpea arrítmicamente, el quejido acompasado de la antena de la televisión y el chocar de las finas gotas de agua en los cristales aperezan el levantarse. Huele a café recién hecho; en la cocina, con bata un poco raída y zapatillas de tela, ausente, la mujer, sin asearse, prepara el desayuno ¡Buenos días! ¿Cómo ha descansado usted? Dice el hijo, mientras coge un cazo de agua caliente para lavarse en la palangana. Cuando vuelve, ya tiene sobre la mesa el tazón de café con leche y el paquete de galletas. Desayuna, se protege con las botas katiuskas, el gabardo, la gorra con orejeras y sale de la casa; jugueteando, le reciben los perros, a los que acaricia; sigue el aguanieve y el viento frío que corta en la cara; se dirige a los establos, echa de comer a los animales, primero a la mula, que, al terminar de atender a los demás, engancha a un pequeño carro que carga con unas pacas de heno; se va adentrando en la dehesa; con voz potente y firme llama a las vacas, despertando algún que otro pájaro que con vuelo perezoso, bajo y corto, huye a su paso; mientras en el resguardo de las encinas deshace los paquetes, le responden mugidos atrompetados, algún que otro becerro retoza, el ganado, de espaldas a la llovizna, con sus musculosas lenguas coge grandes bocado de heno, falta una, allá, hacia la pared de pizarra de la vaguada se dirige; lamiendo y dando calor con el vapor de sus soplos, aún con los pares colgando, al lado de la charca, está la madre cuidando de su cría. Le acaricia todo el lomo adelante, coge la ternerita, la sube al carro, y se dirige a los establos seguido de la vaca; entre tanto, los perros olisquean y lamen los tibios fluidos. Ya casi ha amanecido por completo
jmgd
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