Los perros dejan de olisquear y tirar de la placenta que está sobre la estercolera, le siguen y se acurrucan en la entrada de la casa, tiene las manos heladas, pone la lechera y el cubo con la carne encima de la mesa y se sienta junto a la lumbre, la madre, aún descuidada, le tiene preparado el almuerzo. ¿La morucha? Sí, padre. Ha salido medio limusina. Es un anciano, alto y seco, encorvado por los años, viste un poco abandonado y lleva sombrero viejo de paño negro, coge la carne del cubo, la trocea, la mete en una cacerola de porcelana y le pone la tapadera Tú, a coger ratones. Le dice a la gata, que, ronroneando, se lomea en la pierna del mozo. De vuelta a los quehaceres, seguido por los perros, pasa a entregar el cubo. ¡Espera¡ Toma el perol y llévate esa caja, es para vosotros, le dice la mujer, nosotros esta noche nos vamos donde la hija, vendrá este pasado mañana, y los señores en cuanto se levanten y se avíen parten para Madrid. El panadero, al cruzarse, bajando un poco la ventanilla del furgón, le increpa ¿adonde vas? ¡que hace un frío que pela! ¡y búscate una mulata! Él levanta la mano y sigue con la cabeza agachada, para que la visera de la gorra le proteja. La ternera, ignorante del temporal, al calor del establo, quiere retozar y resbala alguna vez que otra quedando espatarrada; la madre, rumiando, la mira pacientemente.
jmgd
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