Los dedos danzando los
bolillos me recuerdan al abuelo tejiendo el hilo, así como en los abalorios, las piedras
swarovskis los plomos. El encaje de seda, las relucientes chorreras donde juega
el agua. Los alfileres de colores, se asemejan a los juncos y las flores. En un
pequeño islote, apiñados, más junquillos y más flores en el alfiletero del
mundillo. Tintinean los palillos como las esquilas de retozones cabritillos.
¡Qué bonita está la
tarde! ¡Qué bonita la puntilla de seda!, y la corriente del rio, y los juncos, y las flores de ribera.
En la balconada y
soleada atalaya donde entrelaza ilusiones, un pajarillo revoletea por entre los geranios
del ventanal. Con ojos de pez acecha la salamanquesa quieta en la pared. Hasta
las abejas, como buenas obreras, laboran hacendosas de flor en flor en el
limonero, ¡qué bonitos los limones amarillos!, y a lo lejos se achaparra el
humo blanquecino en la sierra del olivar.
¡Está la tarde a más no poder! ¡A reventar! Se
ha adelantado la primavera. Los ocres de las nacientes hojas de la alameda quieren
verdeguear. Más a lo lejos pasado los anieblados valles de pinares, en los
picos, el blanco de la inmaculada nieve. Un algodonado nublado tuerce su melena,
con un tímido arcoíris, sobre la nevada montaña.
¡Qué bonita está la
tarde! ¡Qué bonita la puntilla de seda!, y el verde de los olivares, y los
ocres del monte, y los pinares, y la nieve de la sierra.
Poco a poco el encaje
entre tanto utillaje va desvelando la trama. Para un momento, no se oye el esquileo; en una mano sostiene los bolillos, en la otra sujeta un alfiler; como
diestro banderillero lo clava certero y templa; arranca el sonido y vuelve a
tejer, y, otro silencio, otro alfiler
¡Qué bonita está la
tarde! ¡Qué bonito el abanico de encaje, preludio de promesa! ¿Para quién tanto embeleso?
Para mi niña hermosa, de cuerpo esbelto, ojos grandes y carita en rosa, a la
que como natividad, entre juncos y flores, radiante de amores, alumbró el
primer beso.
jmgd
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