En el arte del maneo, solo tú y los relucientes y huidizos peces del río, a la luz de la luna, en las aovas, cual cabellera de ninfas, poblaban los chorreros llenos de resbaladizos cantos rodados, es de paciencia y saber hacer. No es tan fácil querer al pez, digo bien querer, porque has de tratarlo con mimo, abarcar con las manos la aova siempre de abajo para arriba, poco a poco apartar sus pliegues, tocarlo con las yemas de los dedos, los pulgares sobre los firmes lomos, los demás acariciándole la suave y gelatinosa panza, sin prisas, y si intenta escapar, tú quieto, que no se vuelva esquivo, que note que estás con él, con suavidad como pieza de seda, que se acostumbre a tus manos y a las caricias de tus dedos. La firmeza del agarre, sólo cuando se entregue, se esté seguro y se quiera coger. Para ensarzarlo en esa ristra hecha con una flexible vara de mimbre de la acogedora mimbrera que crece a la orilla del río.
jmgd
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