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martes, 4 de enero de 2011

Muerte del cerdo

 Con un lazo de soga corredizo en el morro, pasado por detrás de los colmillos, agarran el cerdo que clava las pezuñas en el suelo y chilla desesperadamente cuando tiran de él presintiendo el desenlace, se oyen los gruñidos atronadores de auxilio y aviso de peligro, bien sujeto lo recuestan del lado izquierdo en la descuadrada y robusta mesa hecha del corazón de una encina, de un sólo cuerpo y tres fuertes patas. El matachín mete los dedos anular y medio en las oquedades de las narices, tira hacia él y deja al descubierto toda la garganta, da unas palmadas en la papada del animal. Veinte centímetros de hoja desnuda por tres y medio de ancho, excepto cuatro en la aguda punta los demás es de un filo, con una puñalada certera, por la sobarbada garganta abajo penetra hasta la empuñadura el cuchillo matancero buscando el corazón, desgarra tejidos, rompe venas, revienta vasos sanguíneos, corta la arteria, sin sacarlo le da un medio giro para dejar paso, del butrón, cuchillo adelante, comienzan a fluir a presión borbotones de sangre. Los gritos del animal son ensordecedores, casi rompen los tímpanos, briega con fuerzas extraordinarias para soltarse una y otra vez, poco a poco el gruñido se hace mas ronco y quedo, patalea en la agonía liberando de vez en cuando alguna de sus extremidades. Con un resoplido,  expulsando orina y heces, quedando la lengua para afuera en las últimas ansias por coger una bocanada de aire,  totalmente desangrado, muere.

jmgd

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